Un periodista chino me hace una pregunta directa: “¿Para qué has venido al Salón del Automóvil de Pekín? “. Mi respuesta también fue directa: “Porque es un salón muy importante”. La reacción del colega chino fue de sorpresa. Le parecía llamativo que hubiera recorrido 9.000 kilómetros para ver las novedades de las marcas extranjeras y locales y escuchar las explicaciones de directivos de primer nivel.
Quizá es que no tienen interiorizado que el gigante asiático es, con mucha diferencia, el epicentro de la nueva industria del automóvil tanto porque es uno de los pocos salones en el que están presentes todos los fabricantes occidentales y, además, una legión de marcas chinas desconocidas fuera de sus fronteras que se han puesto las pilas, y de qué manera.
Los organizadores del salón destacan la “creciente influencia internacional”, junto con la repercusión social, de la muestra. Pecan de falsa modestia, pero no quieren ser arrogantes. Lo más sorprendente de todo es que la capital china ha conseguido desbancar a muchos otros salones en tan solo 26 años. Muchos como Madrid se han quedado por el camino y otros como el de Barcelona intentan sobrevivir contra viento y marea.
Plan quinquenal del coche eléctrico
El último capítulo del liderazgo chino se está viviendo en la electromovilidad, en la que China ya se ha convertido en el primer mercado eléctrico y de híbridos. Como si se tratara de un plan quinquenal del periodo comunista, el Gobierno ha trazado el camino y está empujando de forma efectiva a los consumidores y a la industria a dar un salto en el mercado de los vehículos eléctricos, lo que en ese país denominan la “nueva energía”. Es verdad que tienen poderosos motivos para forzar el ritmo de esa revolución eléctrica, como una contaminación insoportable que obliga a restringir el tráfico. En los días del salón, el sorteo dejó fuera de las carreteras a los vehículos con matrículas acabadas en 5 y en 8. Pero en las carreteras, el atasco permanente persiste.
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