Barack Obama ha jugado bien la partida con Mitt Romney
también en el terreno de la industria del automóvil. Entre las claves que
explican la reelección del presidente de Estados Unidos se encuentra el
respaldo del lobby de Detroit a Obama frente a un Romney que optó por una
estrategia de reproches por una supuesta delealtad al país de alguna de las
grandes marcas norteamericanas de coches.
Estas elecciones han dejado claro nuevamente que, para
acceder a la Casa Blanca,
se necesita la complicidad de los grandes centros de poder económico, además de
situarse en una posición de centro que abarque el máximo de círculos
concéntricos de los colectivos que forman la sociedad de EEUU.
La industria de la automoción ha correspondido a un
presidente que se ha mostrado receptivo a sus demandas en un entorno difícil,
probablemente el más complicado al que se han enfrentado las tres grandes
marcas en su historia por haberse jugado su supervivencia. General Motors, Ford
y Chrysler, así como el entorno de las big
three, han preferido mantener a Obama tras superar exitosamente sus
quiebras y unas duras reestructuraciones.
Con el mercado de EEUU en fase de recuperación y Obama
entablando una guerra comercial contra China por considerar que actúa con
competencia desleal inundando los mercados emergentes con sus coches baratos,
el auto estadounidense ha tenido clara la respuesta a la disyuntiva entre
demócratas y republicanos.
Durante la campaña, Romney, nacido en Detroit, jugó al populismo al atacar a Chrysler,
en manos de la italiana Fiat, acusándola de deslocalizar su producción y el
empleo a Asia. El tiro le salió por la culata al desmontarse la acusación y
gracias a la estrategia inteligente de Obama de salir en defensa de un sector
afín a sus intereses.
El presidente optó por rentabilizar el apoyo mostrado en los
últimos años al cluster industrial de
Detroit mediante créditos preferentes que salvaron a GM y otros apoyos que
beneficiaron a Ford y Chrysler en su labor de soltar lastre para remontar y volver
a crecer en su mercado y también en otros países. La premisa fue no ir a
contracorriente de la globalización sino adaptarse a ella aunque para eso fuera
necesario hacer limpieza en casa.
Los trabajadores supervivientes de Detroit y las nuevas
incorporaciones en el floreciente polo industrial de la automoción en el
Mississippi han tenido un argumento de peso para decantarse por un demócrata
que, en muchos aspectos, ha actuado con medidas liberales para propiciar un
marco más favorable al resurgimiento del sector. El calendario ha jugado a su
favor al darle el tiempo suficiente para cosechar los frutos de esa política.
¿Oportunista? Sí, pero también eficaz.
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