Se trata de una escena más frecuente de lo que se podría pensar y que pone de manifiesto un nuevo problema: el de los conductores tecno-torpes. El abrumador equipamiento tecnológico con el que salen de fábrica algunos vehículos con numerosos sistemas de ayuda a la conducción ha evidenciado un problema latente de desajuste entre la formación de los automovilistas y las posibilidades tecnológicas de los nuevos vehículos.
El problema es equiparable con los smartphones. ¿Quién utiliza al 100% el potencial tecnológico de los nuevos teléfonos móviles inteligentes? A menudo el uso que le damos está muy por debajo de las posibilidades y funciones que permite. En el caso de los automóviles, sucede algo parecido. ¿Quién utiliza todos los sistemas con fluidez? ¿Saben los conductores cómo programar las funciones de su vehículo como la luz diurna o la luz de cortesía o bien el control de velocidad?
Entrega del coche nuevo casi a pelo
No es que el conductor que aparca de oído a pesar de tener una cámara trasera tenga una limitación que le imposibilite sacar el máximo provecho de las nuevas funciones de su vehículo. Probablemente tiene un problema de formación de base desde que salió de la autoescuela al que se une una escasa o nula preparación por parte del concesionario que le vendió su coche nuevo.
Todavía recuerdo mi experiencia personal al comprar mi último coche. El mecánico que me entregó el vehículo se limitó a darme cuatro nociones básicas para arrancar, conectar las luces, el limpiaparabrisas y el aire acondicionado. Y al llegar a casa el libro de instrucciones nos acaba abrumando y sólo lo consultamos en caso de apuro.
Por tanto, hasta que lleguen los primeros coches de conducción autónoma 100% robotizada se impone una adaptación de la formación de los conductores a los nuevos sistemas tecnológicos en la autoescuela y en el concesionario de la marca en el momento de la compra.
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