El domingo, muchos telespectadores tuvimos la sensación de que viajábamos al pasado. A aquellas tardes de domingo en las que las aburridas carreras de Fórmula 1 se convertían en el momento ideal para dormir la siesta. Sorprendentemente, más de cuatro millones de espectadores, un 33% de audiencia, aguantaron estoicamente frente al televisor para ver una competición en la que el resultado final se conoce de antemano por la tiranía de Mercedes, que puede poner en cuestión las expectativas de las inversiones multimillonarias de empresas y de los políticos que buscan réditos a las subvenciones.
En el Gran Premio celebrado ayer en Montmeló estuvieron los personajes habituales como el presidente del Banco Santander, Emilio Botín, y alguno más como el presidente de Daimler, Dieter Zetsche, o el de Ferrari, Luca Cordero di Montezemolo, o el pilot de Moto GP de Yamaha Jorge Lorenzo y el presidente de la Generalitat, Artur Mas. Todos iban en busca de rentabilizar las inversiones privadas y las subvenciones públicas destinadas a la Fórmula 1.
El sarcástico programa de motor de la BBC Top Gear propone una solución para devolver el atractivo a las carreras de F1: adaptar el juego de las sillas al pit lane. Queda eliminado el coche que no encuentre un garaje cuando suene la música. A grandes males, grandes remedios.
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