Definitivamente parece que hay un antes y un después en la utilización del diésel. La tendencia de fondo de un declive lento en la venta de coches nuevos de gasóleo se ha acelerado con el dieselgate, especialmente en países como España en los que ha habido un pinchazo de la burbuja inflada interesadamente.
La imagen de grandes ciudades envueltas en la característica boina marronosa de polución por los elevados niveles de óxido de nitrógeno (NOx) ha ido calando en muchos consumidores y, sobre todo, en alcaldes que por necesidad o por aparentar van subiendo peldaños en poner el sambenito al otrora benefactor diésel.
El mínimo en 15 años alcanzado en el diésel en las ventas de coches nuevos en España al inicio de este ejercicio es sintomático de la hipocresía o la torpeza o ambas de dirigentes políticos y de la industria del automóvil. ¿Por qué se ha inflado tanto la burbuja del diésel? Porque a los políticos les iba bien para reducir el CO2, descuidando el peligroso NOx, y a la industria del automóvil, también le iba bien como reclamo comercial para atraer consumidores.
El diagnóstico de Calos Ghosn
Lo decía claramente Carlos Ghosn, presidente de Renault-Nissan, en Pekín al recordar que la misma tecnología del diésel tiene una penetración testimonial en EEUU y Japón debido a la influencia del marco normativo y los estímulos para los consumidores. Y también por la oportunidad para las marcas, especialmente las europeas.
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